Cuento para desvelarse

La mirada… ¿será que siempre el problema es la mirada?
Sera necesario arrancarme los ojos para que me deje de quemar aquí abajo?
  
Cierro los ojos, es inútil, es peor… en la oscuridad siento el latido proveniente de mi sexo, todo se inunda, se llena de un gas soporífero cálido, muy cálido. Húmedo, muy húmedo.

Abro los ojos y estas ahí en frente, con el diario entre las manos, el café sobre la mesa y ese minúsculo trapito que tapa lo que seguramente sería mi mejor desayuno. Cambias la hoja tantas veces como cuando sueño que te paso la lengua.

Te miro hasta que te duermes. Asecho hasta que tu respiración indica que estas más que dormido, casi muerto.

Nunca te fijas en lo que tomas…

Me acerco con las piernas torpes, ansiosas de abrirse sobre ti. Te huelo y pongo mi cuello sobre tu boca para sentir tu aliento en mi oído. Con una mano bajo por tu torso, entre mis dedos las gotas de sudor que tu cuerpo, caliente e inconsciente, expele.
Con mi vientre siento como despierta parte de ti, se eleva túrgido y rígido y no puedo evitar tomarlo entre mis manos, acariciarlo con mis mejillas, besarlo suave y profundamente hasta fusionarlo con mi garganta. 
Lo guardo, entre mis piernas lo guardo, le brindo un rugoso y cálido espacio donde permanecer en firmes e inquietos movimientos. Tus manos dormidas examinan el cuerpo cercano, me recorren y se aferran a mis muslos, queriendo separarlos como rocas gigantes en el camino.
Antes de que abras los ojos te ordeño, me bebí tu leche como niña ansiosa esperando un buen cuento para dormir.

Esta noche has tenido el mejor y más real de tus sueños. Yo la más soñada realidad.

                                                                                                       María Basura


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